28/2/13

¡Ay, Laura, déjame!

Eran las tres de la tarde y las clases ya habían acabado. Marina y yo nos entretuvimos un poco y salimos las últimas de clase.
Bajamos corriendo las escaleras y entonces Marina se paró y yo me quedé esperando a que reaccionase.
Entonces dijo:

   -¡Ay Laura, déjame! ¡Suéltame! ¿Qué haces?

No sabía de que me estaba hablando, no la estaba ni tocando. Y no entendía porqué no se movía:

   -Pero Marina, ¿quieres moverte?

Estuvimos así durante unos segundos. De repente me di cuenta de que la mochila se le había quedado enganchada en la barandilla de las escaleras, y entendí en seguida porque no se podía mover.
Se lo dije mientras me partía de risa. Desenganchamos la mochila y seguimos bajando las escaleras sin dejar de reírnos.

26/2/13

¿Dónde está tu madriguera?

Un día que no había colegio, Marina iba a venir a casa a pasar el rato, pero ella no recordaba mi dirección. Así que decidió mandarme un mensaje de forma graciosa que decía:

"Hola conejito, ¿dónde está tu madriguera?"

Pero yo nunca recibí ese mensaje.
Más tarde, recibí otro mensaje de Marina que ponía:

"Laura, en serio, que no me acuerdo donde vives"

El mensaje me pareció un poco extraño. Le respondí diciéndole mi dirección y cuando Marina llegó a mi casa, estaba muerta de vergüenza.
Me contó lo que había pasado con el primer mensaje. Lo que pasó es que Marina, como siempre, estaba pensando en lo que no debía, y le había mandado el mensaje al chico que le gustaba. (he aquí en lo que estaba pensando).

22/2/13

¡Dios, pero qué mal estás!

Yo estaba medio dormida en clase, ni siquiera me acuerdo en que asignatura estábamos, cuando vi que Vicente y Marina se estaban chinchando como siempre. Cuando pararon, cada uno volvió a lo suyo y Marina se puso a cantar en su mundo de luz y color, nada nuevo:

   - Voy a matar a Vicente tralará, lo asesinaré tralará... (8)


Marina no sabía lo que estaba cantando, ya que estaba muy metida en su interpretación. Cuando volvió al mundo, Vicente la estaba mirando flipando en colores.


   - ¡Dios, Dios, Dios, pero qué mal estás!- soltó mirándola aluncinado.


Marina se empezó a reír, ya que ni siquiera sabía lo que había hecho. Estuvo toda la clase con su risa de burro asmático y Vicente le dio la espalda ya que le daba vergüenza ajena.

21/2/13

El principio de una bonita y "normal" amistad

Mi nombre es Laura Martínez, tengo catorce años y mi vida era bastante aburrida antes de cambiarme de colegio. Desde el segundo día de clase en La Inmaculada-Marillac, mi existencia en este mundo empezaba a tener sentido.
Os voy a contar la historia de mi mejor amiga, Marina, una niña de mi edad, inteligente, bastante mona y muy simpática; pero que en el fondo de esa chica se encuentra la verdadera Marina: traviesa, sádica y lo mejor de todo, muy graciosa. No hay ni un solo día que no te haga reír  A veces lo hace sin querer, suele ser patosa, como yo, y eso me gusta, es más, le gusta a todo el mundo, no hay a ninguna persona que le pueda caer mal, es imposible.
Empezaré por el día en que nos conocimos. Yo tenía doce años y empezaba primero de secundaria en un nuevo colegio.
El primer día me fue bastante bien. Unas chicas que llevaban varios años en este colegio me recibieron adecuadamente y no fue un día incómodo, como creía que iba a ser.
Al día siguiente llegué tarde a clase. El reloj del colegio va unos minutos adelantado y no calculé bien la hora a la que tendría que salir de casa para llegar puntual. Me senté en mi sitio y atendí a las clases, como solía hacer a esa edad. Cuando vino la tutora, le di una nota que me había firmado mi madre para que me cambiaran de sitio, más cerca de la pizarra, ya que no veo muy bien y en ese momento aún no llevaba las gafas. Me sentaron al lado de dos chicas, la de mi izquierda llevaba el pelo corto y el mismo uniforme que el mio; y la de mi derecha tenía el pelo más largo y un flequillo que le tapaba parte de sus bonitos ojos, llamada María.
Me sentía un poco rara todavía, no conocía absolutamente a nadie.
Entonces, ocurrió lo que menos me habría imaginado en toda mi vida. La chica de mi izquierda, Marina, me miró, y yo, por acto reflejo, la miré también. Entonces dijo la siguiente tontería:
   - ¡Tú, chusma de conejo!
Fue el peor comentario que me habían hecho en mis doce años de mi vida. No supe como reaccionar, solo quise defenderme, y lo primero que me vino a la cabeza lo dije en alto:
   - ¡Y tú chusma de tortuga!
Supongo que no es la mejor respuesta para aquel insulto, pero funcionó, porque nos reímos las dos y lo primero que pensé fue que era el principio de una bonita y rara amistad.
Desde ese momento, Marina es mi tortuga y yo soy su conejo. Y ésta es la primera tontería de miles que hemos hecho juntas.